¿quién dijo que no volamos?


Ser un aventurero de la vida tiene sus ventajas, porque se puede llegar más lejos, ser más y sentir más, sin duda alguna trae muchos beneficios ser “atrevido” y no quedarse fijo en una realidad estática.
Ir más allá, es cumplir el deseo de la antigua y muy actual frase latina CARPE DIEM, pues, en el pasado sustentó un deseo de profundidad vital que promulgaron corrientes filosóficas como la de los cínicos, en ellos se veía el goce desenfrenado de los placeres como el fin último de la estancia en esta vida, carpe diem era una consigna para no tener límites sabiendo que en esta vida era todo y que sin esta vida nada, carpe diem era el vuelo más alto del espíritu humano pero que no subía más allá de las nubes.
En los nuevos tiempos que inauguró la estancia de Jesús de Nazaret entre nosotros, la vitalidad al máximo ha cobrado nuevas fuerzas y nuevos ánimos, ya no se trata de elevarse sólo en realidades meramente humanas, que no dejando de ser buenas o, mejor dicho, excelentes, no proveían al ser humano de la saciedad que provoca la degustación de la eternidad, por el contrario hacía consolar al ser humano con lo poco, con lo que puede significar llegar sólo hasta el día en que uno muere.
Carpe diem, en los nuevos tiempos viene a significar vivir al máximo sin las cadenas que oprimen la libertad, es volar alto, es no sujetarse a las dificultades del momento presente, es saber que en el marco de lo vital la persona puede ser más, más de lo que el tiempo y el espacio pueden expresar, incluso más allá de las rutinas que tanto quebrantan el espíritu humano y le cortan sus alas, sus deseo y sueños de ser más.
Volar por encima del mundo de ninguna manera se trata de algo físico, como si se tratara de tener alas con plumaje y desplegar un vuelo, cuestión que es imposible.
Ahora el vuelo verdaderamente humano, es aquel que permite levantarse de lo que oprime, de las limitaciones y deficiencias de nuestra condición, estas son algunas: las enfermedades, los malos tratos, las mentiras y las calumnias, sin contar las deficiencias en nuestras relaciones familiares como los pleitos y las palabras hirientes.
El vuelo humano no es una amnesia, ni una droga somnolienta que hace fomentar una paz absurda, lo que significa un desprecio a las realidades que nos corresponden afrontar.
El vuelo humano deja atrás a todas las ataduras, se desprende de los vicios, se lava de los parásitos como son las apariencias engañosas, de las palabras que no edifican, de los pensamientos que no tienen como meta el bienestar, se libra de los círculos de estancamiento.
Los que vuelan, son como el viento, nunca se detienen, viven exprimiendo el día a día, aun teniendo problemas saben como desprenderse de ellos y de no contagiar a los demás.
Los que vuelan, son como el mar que después de correr por las mareas siempre llegan a la orilla serena.
Los que vuelan, no conformes como 20, 30, 50 ó 70 años dejan huellas en las memorias de sus seres queridos, en sus pueblos y en todo el mundo.
Los que vuelan, construyeron desde las pequeñas cosas grandes castillos, hicieron de los sueños alegrías en las caras de los niños o consuelos en los ancianos.
Los que vuelan, muchas veces mueren en el anonimato, pero cuando les preguntan en las puertas de la eternidad: ¿tanto esfuerzo no te cansó?, responden con una gran sonrisa: todo valió la pena, es más, valió todo.

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