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Mostrando entradas de septiembre, 2010

la copa del dolor

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Una cosa está clara al leer este texto: "Así, pues, todas las veces que coman este pan, y beban esta COPA, anuncian la muerte del Señor hasta que él venga (1Co 11, 26)" De la copa de la alegría es justo hablar, pero comencemos hablando de la copa, del cáliz del dolor, ése que se encuentra en la mesa de todos nosotros y que igual tenemos que tomarlo hasta el fondo. La copa del dolor es aquella que sabe amarga, que nos duele una vez que entra en contacto con nosotros aunque sin ella, la dulzura de la alegría no podría saber igual. Cuando era niño me tocó cuidar de mi abuela Aurora, y de ese modo, todo lo que se refiere al cuidado de una persona inválida que puede ser muy pesado para un niño, en mí estaba la mezcla de quererlo hacer y salir corriendo a jugar en esas cuestiones de infantes. Limpiar, ordenar, trasladar, conversar y hasta cumplir las órdenes de ella, era parte de mi labor como el nieto mayor en una casa en donde todos trabajan, era una copa de compromiso la mía, e

es de humanos vivir el dolor

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¿Por qué a nosotros? no sabemos responder, ¿para qué nos toca el dolor? humanamente no hay posibilidad de sustentarlo, lo cierto es que el dolor es parte de nuestro ser. El dolor en nuestras vidas se mezcla con los momentos de alegría, nuestras vidas son nudos en donde los momentos felices y los momentos de dolor se entrelazan. no existen vidas tan terribles como para nunca haber saboreado algo de felicidad, y ninguna tan alegre que nunca haya probado la sal amarga del dolor. El dolor es no ser recibido, es el momento en que abrimos el corazón y se queda vacío, es cuando preparamos el banquete y nadie come, es no recibir el amor que se espera. Ni el mismo Dios-hombre se libro del dolor, y en su máxima hora llegó a decir que "sentía un dolor de muerte". Las vidas más sentidas son aquellas que abrazan el dolor hasta las últimas consecuencias, los que beben el vino de la amargura por la muerte de un ser amado, la separación de la pareja, la lejanía de los amigos, la indiferencia

la necesidad más grande

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en realidad existen muchas necesidades, pero sólo una tiene una base firme, la de amar. por lo tanto, si es una necesidad amar, hay que salir a su encuentro, pero no se trata de cualquier encuentro, el mismo goza de ciertas herramientas para que no fracasemos en el intento: .- el amor no se debe ahogar: hay que tener la facultad de poseerlo sin abusar, saber que siempre estará ahí y que no hace falta constatarlo a cada segundo. .- el amor es libertad: es preciso llevar tranquilidad, el amor es para salir de nosotros mismos, no para quedarnos admirando su poder durante todo el día. .- el amor enlaza para siempre, nunca sería justo pensar que ese lazo se rompió. La necesidad mayor que podamos tener es el amor-en-nuestro-ser, en nuestra realidad, por lo que cada vez que tenemos una pérdida, no se vuelve un motivo para caer sino para apoyarse en ella y seguir creciendo. El amor nos hace flotar a la superficie, nos hace pensar en alto y nos une con los lazos que nos llegan al corazón.

nuestro futuro es el amor

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una cosa me llevo a otra, en búsqueda de reflexionar sobre el amor, me encontré con una frase de Jean Valjean en "los miserables" que le dio sentido a un pensamiento que me rodeaba; es la siguiente: "el único futuro que nos da Dios es el amor", y sobre eso es justo pensar. De manera tal, que aquí se cumple de forma real nuestro gran anhelo: ser amados en en esta vida, ser amados en el mundo, encontrar lo que tanto se necesita y saber que es algo inevitable, ya que no hay más salida "el único futuro que nos da Dios es el amor". Del futuro muchos han hablado, lo han bordeado con teorías catastróficas, pero nunca se han puesto a imaginar lo espectacular que sería que al final de todo el amor nos hará uno, y se acabarán nuestras carencias y viviremos, y mejor aún, viviremos en el amor. El amor es una vía que tenemos que recorrer en esta vida, y hacia la cual ascendemos, no porque así sea nuestro destino, sino porque eso es lo único que sabe Dios que necesitamo

el semáforo

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Las señales de tránsito poseen un lenguaje entendido por el mundo entero, cruzando cualquier cultura podemos saber que el rojo es para detenerse, el amarillo es para disminuir la velocidad en viaje, y el verde es para seguir el camino. Sin ellos, nuestras calles serían un desastre, y nadie duda que los desastres son de magnitudes llegan hasta la pérdida de vidas. Ahora pasando al plano de la existencia humana, también en nuestras vidas existen o debemos “tener semáforos”. Los semáforos comandan, rigen y ordenan el inevitable tránsito de nuestras calles, y de ese mismo modo sucede en nuestras vidas, inevitablemente muchas personas, situaciones y contextos culturales nos cruzan día a día. Existe un lugar que requiere una ayuda especial, nuestro interior, nuestro lugar propio y de nadie más, el sitio donde somos y donde no podemos dejar de ser. En ese sitio, se requiere una ayuda especial de un “semáforo” para nuestro corazón. El dominio de nuestras entradas y salidas, del tránsito hac

lo insignificante y lo importante

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Tal vez muchos se rían, no es nada nuevo pero hay que decirnos siempre: no somos indispensables, el mundo seguiría su rumbo con o sin nosotros, tal vez nos extrañen un rato aunque luego nos sumerjan en las actividades del día a día y nuestro recuerdo cese; más aún, no podemos ni siquiera separarnos de la idea que nos indica que nuestra huella más profunda será la profundidad de cada momento vital, porque así construyamos castillos, la misma naturaleza los haría polvo y los sumaría a su paisaje. Ahora esto podría ser triste, casi nada de lo que hacemos fomenta un cambio superior, casi nada de nuestro obrar tiende a perdurar, duraría lo mismo que nuestro aliento, se iría al irnos. Las palabras de ánimo son ahogadas por los pensamientos, las balas de la vida fulminan los escudos de alegría y paz y nos sumergen en diatribas que nos arriman entre los fatal y lo supremo, de nada sirve hacer tú la diferencia cuando la uniformidad fatídica arropa todo a su alrededor; pareciera que fuera algo

¿quién dijo que no volamos?

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Ser un aventurero de la vida tiene sus ventajas, porque se puede llegar más lejos, ser más y sentir más, sin duda alguna trae muchos beneficios ser “atrevido” y no quedarse fijo en una realidad estática. Ir más allá, es cumplir el deseo de la antigua y muy actual frase latina CARPE DIEM, pues, en el pasado sustentó un deseo de profundidad vital que promulgaron corrientes filosóficas como la de los cínicos, en ellos se veía el goce desenfrenado de los placeres como el fin último de la estancia en esta vida, carpe diem era una consigna para no tener límites sabiendo que en esta vida era todo y que sin esta vida nada, carpe diem era el vuelo más alto del espíritu humano pero que no subía más allá de las nubes. En los nuevos tiempos que inauguró la estancia de Jesús de Nazaret entre nosotros, la vitalidad al máximo ha cobrado nuevas fuerzas y nuevos ánimos, ya no se trata de elevarse sólo en realidades meramente humanas, que no dejando de ser buenas o, mejor dicho, excelentes, no proveía